Una fiesta, la primera en la que eras la protagonista total, la princesa sobre todas las princesas... Un pretexto, (o no)... tu bautismo.
Amigos tuyos y nuestros.
Abuelos, tíos, los super padrinos argentinos que prometen hacerte la mas argentina de las italianas.
Un capello blanco y un vestidito de princesa (o de novia como dijo tu papá) con mucha historia y con mucha energía de tu abuela.
El jardín de la casa convertido en un kinder, con cochecitos, juegos y todos esos nuevos papás admirando a los nuevos bebés.
Ordenar la casa con 18 personas que giran toman sol y descansan. Vestirte, vestirnos. Pensar que no hace tanto calor, pero hace lo mismo. Preparar las cosas para el regreso. Mirar el reloj y salir a las corridas para llegar a horario a la iglesia. Bajar del auto y darme cuenta que me había dejado tu cochecito sin el que iba a ser difícil hacerte dormir, pero paciencia. Meter los pies a la iglesia y con ellos empezar a sentir tu llanto desesperado. Hacer de todo hasta sacarte el vestido para calmarte en vez nada. Hasta que recurrimos a las cosas de Chloé para calmarte: ese chupete que nunca usas y su cambio de ropita para no dejarte desnuda.. Y así, increiblemente te calmaste hasta dormirte y todo quedó como una simpática anécdota.
La foto obligada en la escalinata de esa iglesia con 10 siglos de historia y la caravana a casa que nos esperaba con las mismas luces de hace casi dos años.
La parrilla encendida, la carne y el asador argentinos, el cajón de higos, un poco de pasta para engañar y no hacer sentir mal a los italianos, la musica de Cata, los mojitos de Ale y la buena compañía todo hasta que a las dos cerramos las puertas del cansancio.
Así fue tu fiesta que siguió el domingo, con el sol, la playa, el mar, los baños en el jardín compartidos con Flavio y con Chloé y los mimos de todos los que te siguen desde hace 4 meses!
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